⠀
Tiene 42 años. Casado, con tres hijos de 11, 8 y 6 años. Su padre, Eduardo Arenillas, partió en la panadería a fines de los años 60, en sociedad con su primo hermano, Antonio Bloise (quien fue un destacado dirigente en Unipan Valparaíso).
Fue ese primo quien llevó a don Eduardo a nuestro rubro, ya que originalmente él era un empresario camionero que prestaba servicios a importantes empresas. Además, administraba el ex teatro municipal de San Bernardo, que su padre (y abuelo de Bruno) había adquirido.
Don Eduardo vendió sus camiones y con el dinero que obtuvo pudo entrar al negocio de la panadería con su primo, instalando la panadería Los Primos en calle Lo Blanco, en la comuna de El Bosque.
Pero no dejó el negocio de las películas, donde según recuerda hoy su hijo Bruno, “ejerció cada una de las labores posibles, desde gerente hasta pasador de las películas… las hacía todas”.
Pronto aprendió cada una de las labores y por unos 4 años estuvo a cargo del establecimiento, ya que su primo tenía otros negocios que atender en la Quinta Región.
Entre el año 1972 y 1973, cuando la situación para el comercio era muy compleja, ambos decidieron terminar la sociedad en buenos términos. Y la empresa la compró don Manolo García (QEPD).
Don Eduardo arrendó entonces la panadería Baquedano, ubicada en la calle del mismo nombre, en San Bernardo. Y poco tiempo después, en 1977, la compró.
Cuando recibió esa panadería estaba muy mal manejada. Pero don Eduardo y su esposa Mirella, trabajaron duro. Esto les permitió despegar y alcanzaron a tener un total de 3 panaderías Pero pronto se dio cuenta que no se ganaba más por tener un mayor número de empresas. Así que decidió enfocarse sólo en la Baquedano y ser más eficiente en el control y la administración de la misma.
NUEVA GENERACIÓN
Don Eduardo tuvo tres hijos: Carolina, Orietta y Bruno. Las dos mayores desarrollaron sus vidas en otras áreas. El menor estudió ingeniería comercial con miras a desempeñarse en empresas de diferentes rubros.
Pero recuerda que lo llevaron desde niño a la panadería. Al principio sólo iba a jugar, pero cuando ya era adolescente colaboraba en algunas labores como ayudante. Al cumplir 18 años, cuando ya tuvo documentos para conducir, dio un salto y pasó a ser el remplazo de los choferes en vacaciones de verano. “Era muy entretenido, porque lo único que quería a esa edad era poder manejar”.
INDUSTRIAL
En el año 2008, cuando ya había terminado sus estudios, Bruno Arenillas cursaba un diplomado y estaba citado a varias entrevistas de trabajo, pero su padre falleció repentinamente de un infarto.
El dilema era vender todo o tomarlo. “Yo tenía experiencia, ya que desde los 16 años aproximadamente mi padre me dejaba a cargo todos los domingos. Así que conocía el negocio”.
Así, su padre falleció un día sábado y el martes tenía una entrevista en la corredora Larraín Vial, pero la suspendió y optó por la panadería familiar. 5 meses después se casó. Y le fue tan bien en el negocio, que al año siguiente ya les pudo comprar a sus hermanas la parte que les correspondía de la panadería.
El 2010 fue padre por primera vez y, además, se le dio la posibilidad de abrir una segunda panadería en el Go Market de San Bernardo. Hizo una buena negociación y terminó comprando el local donde la instaló.
Esa segunda panadería se ubica en Avenida Portales Oriente 1102, en San Bernardo. Y pasó a ser panadería Trévoli, ocupando el nombre que ya tenía la panadería de Baquedano desde el año 2000.
A su vez, en el mismo año 2010, Bruno comenzó a gestar su incursión en la molinería. Y ello partió porque un amigo de la universidad lo invitó a su despedida de soltero. En medio de la celebración conversó con Tomás Echavarri, que pertenece a una familia de tradición agrícola.
Hablaron de su experiencia en la panadería y de cómo la familia de Tomás producía trigo. Así se les ocurrió que podrían trabajar en la integración de sus industrias. Esto, produciendo harina y vendiéndosela a Bruno y sus colegas.
Todo fue muy rápido, porque conversaron el sábado en la fiesta y el lunes Bruno recibió un llamado y llegaron al acuerdo de buscar molinos en el sur para arrendar.
Luego, en octubre de 2010, viajaron a Alemania a conocer de maquinarias y en el 2011 decidieron construir un molino en Vilcún, Temuco. Finalmente, el 2012 inauguraron la Molinera Nacional y comenzaron a vender.
El riesgo que corrió Bruno fue muy grande, ya que aún estaba pagando la panadería de su padre a sus hermanas y enfrentaba los compromisos de la inversión de la segunda panadería. “Pero mi señora y yo tuvimos la corazonada de que debíamos hacerlo… Lo que me hizo sentido fue que teníamos ambas puntas del negocio. Además, yo siempre he sido muy comercial para mis cosas. Por otro lado, Tomás era un conocido, tenía el trigo y era muy bueno para los negocios”.
Bruno y su socio han llevado, desde entonces, una relación muy armoniosa, pues han complementado sus habilidades y competencias. “Yo soy gerente comercial y el gerente general es Tomás. Si bien estamos a 700 kilómetros, hablo más con él que con mi señora… Pero al mismo tiempo tenemos la confianza del uno con el otro, que nos permite avanzar tranquilos”.
Su rol en Santiago es muy importante, debido a que el 95% de los clientes están en la Región Metropolitana. No obstante, cada día crecen más sus ventas en otras regiones.
Al consultarle qué cambio experimentó cuando pasó de industrial panadero a molinero, Bruno nos dice que se amplía la mirada. “Antes visualiza al molinero de otra forma. Pero no hay ninguna duda que esto es una sola industria…. La cadena trigo–harina –pan debe funcionar con armonía”.
Respecto a su visión de la panadería artesana, dice que con los años ha ido aprendiendo de la contingencia y de los clientes. Y en razón de ello, hoy su panadería es un “supermercado con panadería y pastelería. Tengo una amplia variedad de productos, que satisface todas las necesidades”.
En marzo de 2019 cerró el reparto y se enfocó en producir pastelería en su local de Baquedano y pan en el de calle Portales. “Yo nunca he sido muy partidario de que en el tonelaje está la rentabilidad. El sector nuestro se salvará por vía precio, no vía amasijo. Eso es una realidad… Cuando uno comienza, se ciega y se enfoca en producir toneladas... hartos kilos. No es un error, pero es una posición distinta. Pero quien busca la eficiencia en el volumen, debe estar 100% dedicado a eso. Yo opté por diversificar y me dio resultado, ya que en 3 años abrí 2 panaderías y un molino”.
“Hoy tengo tantas variedades de panes como el más grande de los supermercados. Y tengo una verdadera tienda de conveniencia, que genera mucha movilidad de clientes. Entonces, la clave es meterse de lleno en la alimentación. Tener variedad y, en lo posible, sorprender al cliente con cosas nuevas cada cierto tiempo”.
GREMIO
Llegó como dirigente a Indupan a comienzos del año 2014. Fue recomendado por Andrés Campeny y Juan Mendiburu, quienes lo conocían. Integraba en ese tiempo la agrupación de panaderos del sector sur de Santiago, “que no se sentía representada por Indupan”, dice.
Reconoce que la experiencia ha sido extraordinaria. Más allá del grupo de amistad que se ha formado, destaca que en el directorio hay un grupo muy comprometido. “Cada uno cumple roles de acuerdo a sus competencias. Y esto, más una buena estructura, ha permitido mejorar cada día lo que el gremio es capaz de ofrecer”.
En ese sentido, apunta a que “la pandemia fue un desafío y una oportunidad de desarrollar otras áreas y estrechar los lazos con los socios”.
Comments